Una voz
grave contesta mi llamada. Pese al saludo formal, percibo una sonrisa que se cuela entre las
palabras. Esa sonrisa se contagia en mi voz y de repente me siento alegre y
ligera, mi piel responde poniéndose alerta, como si esa voz fuera ese beso que
se da justo al lado de los labios y solo sirve para despertar el deseo de otros
besos. Contesto ese saludo invitándolo a jugar, coqueteando descaradamente y
descubro con alivio que también juega, comprendo que el registro de mi propia
voz a bajado y que siento la tentación de susurrar, de hablar como se habla en la cama después del sexo,
como si esa llamada fuera un momento íntimo.
Siempre
he pensado que el momento de mayor exposición, el más peligroso para mí, es ese
que llega después del sexo en el que la satisfacción me nubla la cabeza y me
siento tan tranquila y segura que podría confesarlo todo, cada oscuro secreto,
cada sueño, cada elaborada estrategia.. completamente vulnerable a una voz
grave que en la penumbra parece incapaz de herir a la frágil romántica que vivo
para proteger.
El sueño
de los hombres después del orgasmo es una de las pocas cosas que parecen
diseñadas adrede para permitir que las mujeres tengamos una oportunidad de
sobrevivir, a esa voz, que sumada al sonido del corazón bajo la piel en que
apoyamos la cabeza, nos termina de desnudar por completo y nos deja indefensas
ante alguien al que escogímos confiar a sabiendas de que después de eso podrá
herirnos con las mismas armas que le dimos, cuando contestamos a si voz en la
oscuridad.
La
llamada es breve, tiene que serlo, nunca se sabe lo que puedo hacer si no me
alejo del riesgo de su voz, grave y alegre al otro lado del teléfono.
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