La única cosa que añoro de la adolescencia (previa a la pérdida de la virginidad) son los besos. Esos besos eternos, esos besos sensuales, esos besos que podían ser un millón de besos pequeños o uno solo desaforado y magnífico.
Y justo resulta que a los 40 los hombres se dan cuenta de que ahí precisamente reside el punto débil, que por ese medio se establece más fácil que por cualquier otro el lazo viculante entre uno y un hombre, y que un buen beso es más íntimo, más personal y más comprometedor que el mejor de los sexos.
Y apenas lo comprenden... justo en le momento en que uno por fin esta fuera de su alcance, cuando uno esta al otro lado, cuando solo piensa en meterselos a la boca y no soltarlos hasta que revienten... pues van y paran todo y empiezan a besar, como en la adolescencia, acariciando simultaneamente el cuerpo desnudo y ansioso que tienen entre los brazos.
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