miércoles, 13 de diciembre de 2017

UNA VOZ

Una voz grave contesta mi llamada. Pese al saludo formal,  percibo una sonrisa que se cuela entre las palabras. Esa sonrisa se contagia en mi voz y de repente me siento alegre y ligera, mi piel responde poniéndose alerta, como si esa voz fuera ese beso que se da justo al lado de los labios y solo sirve para despertar el deseo de otros besos. Contesto ese saludo invitándolo a jugar, coqueteando descaradamente y descubro con alivio que también juega, comprendo que el registro de mi propia voz a bajado y que siento la tentación de susurrar, de hablar  como se habla en la cama después del sexo, como si esa llamada fuera un momento íntimo.

Siempre he pensado que el momento de mayor exposición, el más peligroso para mí, es ese que llega después del sexo en el que la satisfacción me nubla la cabeza y me siento tan tranquila y segura que podría confesarlo todo, cada oscuro secreto, cada sueño, cada elaborada estrategia.. completamente vulnerable a una voz grave que en la penumbra parece incapaz de herir a la frágil romántica que vivo para proteger.

El sueño de los hombres después del orgasmo es una de las pocas cosas que parecen diseñadas adrede para permitir que las mujeres tengamos una oportunidad de sobrevivir, a esa voz, que sumada al sonido del corazón bajo la piel en que apoyamos la cabeza, nos termina de desnudar por completo y nos deja indefensas ante alguien al que escogímos confiar a sabiendas de que después de eso podrá herirnos con las mismas armas que le dimos, cuando contestamos a si voz en la oscuridad.


La llamada es breve, tiene que serlo, nunca se sabe lo que puedo hacer si no me alejo del riesgo de su voz, grave y alegre al otro lado del teléfono.

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